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Consejo

José Luis Sampedro: pequeño homenaje desde el trabajo social

martes 16 de abril de 2013 Lourdes Gaitán y Teresa Zamanillo

La relación de José Luis Sampedro con el trabajo social fue estrecha. El pensador recibió el pasado diciembre el premio estatal que otorga el Consejo General del Trabajo Social, pero su relación se remonta a más de 20 años atrás. Sampedro, por pura amistad, prologó el libro Para comprender el trabajo social. Sus autoras destacan hoy las palabras del pensador, un texto “que no ha dejado de ser, desde entonces, un documento básico de introducción al trabajo social”.

La mañana de un soleado pero frío mes de abril hemos conocido la noticia de que esta gran persona ha dejado de acompañarnos en nuestro paso por la vida. Él aprovechó la suya de un modo verdaderamente extraordinario, y nos ha dejado abundantes muestras de ello a través de sus escritos, tuvieran estos la forma de novelas, ensayos, relatos o artículos periodísticos. Todos ellos son ampliamente conocidos por distintos públicos, e incluso algunos han sido recientemente re-descubiertos por la gente más joven, que ha alcanzado también a escuchar su palabra indignada, una vez más, frente a la injusticia.

Menos conocida ha de ser, desde luego, la aportación que, por pura amistad, se prestó a hacer al trabajo social, prologando el libro Para comprender el trabajo social, hace ya más de 20 años. Un texto que no ha dejado de ser, desde entonces, un documento básico de introducción a esta disciplina científica. Sampedro dejó en su prólogo algunas reflexiones en torno al fundamento, origen, naturaleza y contenido del trabajo social, que merecen ser recordadas y releídas hoy en su honor.

Comienza el desaparecido autor su texto introductorio recordándonos que la ley es indispensable para el funcionamiento de las sociedades, pero se apoya sobre el absurdo de pretender que la ignorancia de la misma no excusa su cumplimiento, y así, dice, nos pasamos la vida incumpliendo disposiciones ignoradas.

A continuación se refiere a algo que constituye una regla para el trabajo social, tanto como debería hacerlo para las políticas sociales a cuya aplicación se aplica aquel con frecuencia: Algo parecido ocurre con la famosa igualdad de todos ante la ley, ciertamente un progreso contra la existencia anterior de privilegios (aunque sea más formal que real), pero injusta porque, al no ser iguales los hombres, sino que unos son más vulnerables que otros –por sus condiciones o circunstancias-, lo equitativo es favorecer al más débil.

Sampedro explica, seguidamente, cómo la evidencia de esas irracionalidades ha obligado, en todos los tiempos, a proteger a los grupos más desamparados de la sociedad, si bien es sobre todo en el último siglo cuando, con el incremento de las funciones del Estado, se han comenzado a sistematizar las ideas y las actuaciones en favor de los desfavorecidos por la naturaleza o por la fortuna.

Nos ofrece también el autor el relato de una anécdota personal, pequeña pero valiosa, como él mismo dice. Se trata de una frase que le dejó Sir William Beveridge, el famoso fundador de la moderna seguridad social británica, imitada después por muchos países. Cuenta que, como estudiante, acompañó al insigne lord durante su visita a Madrid con motivo de unas conferencias, y la máxima que éste le dejó como obsequio fue la siguiente: Joven, la vida es servir, no divertirse. José Luis Sampedro se apoya en esta anécdota para referirse a la actitud de servicio que preside, según él, la intención del libro que está prologando. Una actitud del servicio que, en opinión de quienes esto escriben, acompaña en general a toda práctica del trabajo social.

Los párrafos que Sampedro redacta a continuación se refieren a esa práctica, contextualizada en los rasgos que caracterizan a la sociedad contemporánea. Recordemos aquí sus palabras: La famosa frase orteguiana “yo soy yo y mi circunstancia” pone de relieve… la interdependencia entre el hombre y su entorno que, en los primeros tiempos, estaba constituido por el espacio natural con sus características y el reducido grupo humano al que se pertenecía.

Explica después el prologuista cómo, poco a poco, la técnica fue permitiendo modificar la dureza de las condiciones del medio y ampliando las posibilidades de contacto entre grupos de seres humanos, hasta llegar a compartir estos la vida en las enormes aglomeraciones actuales donde, sin embargo, los lazos más directos e inmediatos se reducen a los de una familia restringida, lo cual hace más difícil la situación de los desfavorecidos. Lo que sigue es la parte del prólogo que más directamente admite una lectura con la mirada puesta en la situación que actualmente se está viviendo:

Para empeorar (la situación) aún más, la sociedad democrática moderna basa su organización en la ideología individualista y utilitaria acuñada en el siglo XVIII. Los sentimientos de comunidad todavía vivos en las sociedades tradicionales e imperantes entre nosotros en otras épocas… han sido reemplazadas por la fe providencialista que consiste en que basta dejar en libertad de acción al egoísmo de cada cual para que se logre el máximo bienestar colectivo: es la famosa “mano invisible” de Adam Smith, cuya eficacia no ha podido experimentarse nunca –entre otras razones- porque no pueden darse en la realidad las condiciones de la perfecta competencia requeridas para su funcionamiento. Por eso los gobiernos han tenido que adoptar medidas para que el egoísmo de los más fuertes no aplaste a los más débiles que, naturalmente, nunca lo son por su gusto y voluntad, aunque muchas veces la opinión les crea causantes de su destino.

Señala Sampedro que las dificultades entre el sujeto y su entorno serán precisamente el centro de la actuación de los trabajadores sociales, quienes adoptarán estrategias diferentes según las causas generadoras de la situación. Éstas pueden provenir a veces de las características del propio sujeto –lo cual no significa que sea por su culpa- mientras que otras, es el medio social circundante el generador de los problemas, como en las ocasiones en que la xenofobia o el racismo hacen difícil la vida a las personas cuyas conductas no merecen el menor reproche.

El prólogo dedica sus últimos párrafos a introducir el contenido del libro y ahí nos deja una valoración del mismo que merece la pena recoger, aunque ahora convertida en una recomendación de lo que, en nuestra opinión, necesita hacer el trabajo social para avanzar, esto es: la preocupación teórica y sistemática, así como el tratamiento de los temas a un nivel formal y riguroso, siempre necesario en un trabajo científico.

Gracias otra vez, profesor Sampedro.

Lourdes Gaitán y Teresa Zamanillo
Co-autoras del libro “Para comprender el trabajo social”

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