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MURCIA

Lo que nos jugamos al volante

domingo 27 de noviembre de 2016 Fuente: La Verdad (Alicia Negre)

La siniestralidad vial, que ha dejado en la última década en la Región casi un millar de muertos y más de 3.800 heridos graves, vuelve a repuntar.

«Ya nunca vuelves a ser la persona que eras», reconoce Anabela, que perdió a sus padres y su hermano. «Cuando estás triste te acuerdas de ellos y cuando eres feliz, también»

«A las limitaciones te acostumbras», explica Gonzalo, «pero necesitar a otra persona es lo más duro»

«Estaba totalmente destrozada», recuerda Alicia. «A mi padre le dijeron que no creían que pasara de esa noche»

El siniestro, remarca José, «me hizo ser más consciente de lo que me jugaba, más responsable»

La unidad especializada de la DGT ya ha atendido este año a 1.465 víctimas

Anabela Gómez decidía con una amiga la ropa que se pondría aquel Jueves Santo para salir de fiesta cuando recibió la llamada que le cambiaría la vida. «Un guardia civil de Tráfico me dijo que mi familia había sufrido un accidente, que era grave y que buscase a alguna persona mayor», recuerda esta albaceteña, afincada en Murcia desde hace décadas. Era la primavera de 1997 y Anabela solo tenía 19 años. Un brutal accidente de tráfico segó la vida de sus padres y de su hermano, Toni, de 22 años. «La vida te cambia totalmente y ya nunca vuelves a ser la persona que eras», reconoce, con una entereza que asombra. «Cuando estás triste te acuerdas de ellos y cuando eres feliz, también».

Por aquel entonces, Anabela y su familia, vinculada a la Región, residían en Cenizate, un pequeño municipio albaceteño. El 27 de marzo de 1997, sin embargo, era Jueves Santo y decidieron aprovechar el festivo para viajar a Murcia a ayudar a un familiar con una mudanza. «Todos nos levantamos a las seis de la mañana y nos comenzamos a preparar», explica. «Mi hermano pequeño iba a quedarse con mis abuelos, pero se despertó y dijo que quería que me quedase con él. Me salvó la vida».

«Perdí el Norte»

El teléfono de su casa sonó a las nueve de la noche con la peor de las noticias. «No me acuerdo de mucho», confiesa. «Perdí el Norte». La familia de Anabela regresaba a Albacete cuando un conductor cartagenero, que viajaba a la Región desde Madrid por Semana Santa, realizó un adelantamiento a toda velocidad y les empotró. Fue un impacto brutal del que solo salió vivo él mismo.

El paso de las procesiones por las calles de su municipio obligó a la Guardia Civil a escoltar a Anabela y sus abuelos hasta el tanatorio. La muerte de su hermano Toni fue el primer mazazo. «Fue brutal para mí», lamenta. «Íbamos juntos a la universidad, salíamos de fiesta…». Los agentes no tardaron en comunicarle el fallecimiento también de su madre. «En el tanatorio, ya de madrugada, me dijeron que mi padre también había muerto, en la ambulancia».

La historia de Anabela no es ninguna excepción. Solo el pasado año 44 vecinos de la Región se dejaron la vida sobre el asfalto y otros 216 acabaron en un hospital con lesiones de gravedad, muchas de ellas permanentes, de acuerdo a la estadística que maneja la Dirección General de Tráfico (DGT). A nivel nacional, las carreteras arrojaron en 2015 un saldo de 1.689 fallecidos, una media de cuatro diarios.

Si se amplía el foco, las cifras dan aún más vértigo. En la última década, los accidentes de tráfico han dejado tras de sí en la Región 974 fallecidos y más de 3.800 heridos graves. En toda España murieron 29.861 personas y más de 150.000 sufrieron lesiones de importancia. Una sangría que año tras año deja miles de vidas desgarradas.

A Anabela, a sus 19 años, el accidente sufrido por su familia le cambió la vida. «Me llevé a mis abuelos a Murcia y me hice tutora legal de mi hermano pequeño, de 9 años», recuerda. «Intenté que tuviese una infancia como la que habíamos tenido nosotros: feliz». Dejó atrás sus estudios de Ingeniería Forestal, se le cayó el pelo, sufrió una trombosis y, a día de hoy, es estéril. Un largo túnel del que comenzó a salir hace unos años cuando contactó con la Asociación de Víctimas de Accidentes de Tráfico (Asprovict) y comenzó a contar su historia en el centro penitenciario de Sangonera La Verde y en los cursos de reciclaje a los que se deben someter los conductores que pierden los puntos del carné. Allí entabló relación con una psicóloga que la ayudó a afrontar su duelo. «Tras el siniestro no lloré, ni tuve ayuda psicológica», explica. «Estuve años sin abrir la boca y ahora he empezado a hablar del tema».

Esta víctima sí cedió a la tentación de buscar al conductor que embistió el coche donde viajaba su familia. «Le localicé y lo llamé por teléfono», explica. «Él me dijo que no había salido ese día a la carretera a matar a nadie y lo perdoné. Odiar no te ayuda a nada». A sus 39 años, Anabela se ha marchado a Inglaterra y disfruta ahora de una nueva vida. Rezuma fuerza. «Soy feliz a mi manera», sostiene, «más aún que algunas personas a las que no les ha pasado nada».

Un descenso interrumpido

La siniestralidad vial que afronta a día de hoy la Región no tiene nada que ver con la que se soportaba hace una década. La cifra de fallecidos, que en 2005 llegó hasta las 166 víctimas, el pasado año se redujo hasta los 44 muertos. Una ‘victoria’ en la que, posiblemente, haya tenido mucho que ver la implantación del carné por puntos, entre otras medidas. La siniestralidad ha registrado en la última década un descenso prácticamente constante que, sin embargo, este año se ha visto abruptamente interrumpido. Entre enero y noviembre, 44 murcianos perdieron la vida en la carretera, según los datos proporcionados por la jefatura provincial estos, a diferencia de los de la DGT, solo contabilizan las muertes registradas en las 24 horas siguientes al siniestro. La cifra supone un aumento de la mortalidad del 57% y vuelve a colocar el foco en las carreteras.

El delegado del Gobierno, Antonio Sánchez Solís, vinculó esta semana el incremento, en el acto del Día de las Víctimas de Accidentes de Tráfico, al repunte de los accidentes ‘in itinere’, principalmente de furgonetas agrícolas. La jefa provincial de Tráfico, Virginia Jerez, puso el énfasis en la necesidad de seguir trabajando en la concienciación de los ciudadanos, que aún no terminan de asimilar el «tremendo impacto personal y social» que acarrea un accidente de tráfico.

Anabela tiene claro que el mensaje no cala «hasta que te pasa a ti o alguien viene, te mira a los ojos y te dice: ‘Yo lo perdí todo‘». Por ese motivo, lleva años trabajando como voluntaria para inculcar a los ciudadanos la necesidad de extremar las precauciones. Gonzalo Carot sostiene que «hay una ausencia de valoración de las consecuencias para toda la vida que puede tener un accidente», pero considera que esta ha mejorado en los últimos tiempos. «Hace 15 años no era habitual, como ahora, que cuando sale un grupo de chavales haya alguno que no beba».

Este madrileño, afincado en Murcia, se mueve a día de hoy en silla de ruedas por un accidente ocurrido hace más de 15 años en Barcelona. «Iba en el coche con un compañero de trabajo, en la parte de atrás y con el cinturón puesto, y este se saltó un semáforo», recuerda. Un primer impacto con otro automóvil hizo que Gonzalo perdiese parte del cinturón y el posterior choque con una farola le generó una grave rotura vertebral. Una secuela que durante años le permitió seguir adelante con su vida pero que hace tres años le llevó a perder la movilidad de las piernas. «Tomo un montón de pastillas al día para mantener el dolor a raya», lamenta Gonzalo, que dejó atrás su trabajo de economista y tiene un hijo de tres años. «A las limitaciones personales te acostumbras, pero necesitar a otra persona es lo más duro», subraya. «Tienes que luchar contra el cuerpo todos los días».

Gonzalo colabora a día de hoy con la Asociación de Parapléjicos y Grandes Discapacitados Físicos de la Región (Aspaym), que trabaja activamente por concienciar a la sociedad del riesgo que entraña la carretera. Su vicepresidenta, María del Mar Martínez, subraya que las víctimas de este tipo de accidentes «desgraciadamente cada vez somos más y más jóvenes», e incide en que «es importante que la gente se conciencie de que se puede quedar en una silla de ruedas o empotrado en una cama».

«Nunca he sabido qué pasó»

El problema, remarca Alicia Bermúdez, es que «no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que lo perdemos». La vida de esta murciana, de 41 años, cambió radicalmente una tarde de 2004 cuando regresaba en coche de Cartagena acompañada de su madre. Ambas habían acudido a una cita médica y aprovecharon para dar una vuelta. A las ocho de la tarde se subieron al coche y Alicia se metió en la autovía rumbo a casa. «Nunca he sabido realmente qué fue lo que pasó», remarca. «Creo que otro coche me rozó y perdí el control. No me dio tiempo a frenar». El vehículo en el que viajaba Alicia y su madre atravesó la mediana de la autovía y dio varias vueltas de campana.

«Los bomberos me recogieron prácticamente muerta», explica Alicia, sin que le tiemble la voz. Su madre ingresó en el Rosell con los dos brazos y numerosas costillas rotas y la cabeza abierta. La peor parte, sin embargo, se la llevó ella, que fue conducida de urgencia a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de La Arrixaca. «Estaba totalmente destrozada por dentro», relata. «A mi padre le dijeron que no creían que pasara de esa noche».

Alicia permaneció un mes en coma inducido y batalló desde la cama del hospital con mil y una complicaciones. Dos meses después del accidente, la trasladaron a un centro especializado de Barcelona, donde continuó luchando. «Piensas que te allí te van a curar pero no es así. Te conciencian de que ya no te vas a poder mover», remarca. Una revelación que, reconoce, no le pilló por sorpresa. «Yo ya llevaba muchos meses en la cama y te da tiempo a pensar mucho», subraya. «Para mí era la crónica de una muerte anunciada». A partir de ahí, Alicia comenzó una nueva etapa. «Lo más duro es reconstruir tu vida», asume. «La adaptación es dura».

El cambio es difícilmente digerible y la mayoría de familias se resienten. El 90% de las parejas, advierte Alicia, no lo superan y la suya no fue una excepción. «Afortunadamente yo he tenido mucho apoyo de mi familia y de mis amigos», destaca. «Trato de vivir normalmente dentro de mis limitaciones».

Nuestro grano de arena

Su minusvalía no ha impedido a Alicia trabajar durante años, colaborar con distintas asociaciones en labores de concienciación e, incluso, jugar al bádminton. Además, a día de hoy estudia en la UCAM el grado en Psicología e imparte clases en los grados de Medicina y Enfermería de la universidad católica y de la UMU sobre las lesiones medulares, como la que ella padece. Tiene claro que para avanzar hacia una mayor seguridad vial y una mayor concienciación ciudadana «todos tenemos que poner nuestro grano de arena».

Motoalmuerzos con ‘sin’

La Asociación Pro-Vida de Accidentes de Tráfico de la Región (Asprovict) nació en 2008 e integra ya a un centenar de víctimas. Su presidente, José Antonio Alcolea, remarca que lo más complicado tras sufrir un siniestro «es volver a ser lo que eras, recuperar la felicidad». Él lo sabe de buena tinta. El 6 de enero de 2008, circulaba por las calles de Archena cuando otro conductor se saltó un Stop. «Me impactó y yo choqué contra una casa», recuerda. «Reventé la puerta de la cochera y vi a un señor que salía con una bolsa de basura en la mano. De haber estado un metro más cerca, le habría matado».

Asprovict ofrece a las víctimas de accidentes de tráfico asistencia psicológica, asesoramiento jurídico, acompañamiento… Alcolea se muestra convencido de que la mayoría de la población «no tiene cultura de la seguridad vial» y remarca que «hay que ser responsables» al volante. Un consejo que José Romero, otro de los colaboradores de la asociación y presidente de la Plataforma motera por la seguridad vial, no se cansa de repetir a sus familiares y amigos.

La noche del 5 de agosto de 2002 este vigilante de seguridad salió de su trabajo en Alhama sobre las 22 horas y puso rumbo a Mazarrón, donde le esperaba su familia. En un cruce, sus planes se dieron de bruces con el asfalto. «De pronto salió un coche y no recuerdo más», relata José, que perdió la consciencia durante una media hora. «Cuando abrí los ojos me encontré en el suelo, solo». Nunca llegó a saber quién le había arrollado. «Sientes una impotencia terrible cuando te ves allí tirado y no hay nadie», remarca.

El casco integral que llevaba evitó que el fuerte impacto que recibió en la cabeza le dejara secuelas. José sufrió, sin embargo, otras lesiones. «Me saqué la cadera de su sitio y, como era verano e iba con poca ropa, me desollé entero». El accidente le dejó cuatro meses y medio de baja laboral y unos fuertes dolores, que sufre especialmente en los cambios de estación. «Por las mañanas necesito un cuarto de hora para levantarme porque me duele todo», subraya.

El siniestro, remarca este alhameño, «me hizo ser más consciente de lo que me jugaba». Ahora, explica, «siempre que voy en moto llevo puesto el casco y mi cazadora, sea invierno y verano». José está convencido de que la concienciación cala cada vez más, al menos, entre los moteros, el colectivo que más cerca le toca. «En los motoalmuerzos la gente bebe más cerveza sin alcohol», recalca. «Las cosas, poco a poco, van cambiando».

La unidad especializada de la DGT ya ha atendido este año a 1.465 víctimas

Este equipo, que vela por los derechos de los afectados, solo puede consultar los datos de 33 de los 45 municipios.

Su llamada es, en ocasiones, la primera mano tendida que encuentran los afectados. La Unidad de Víctimas de Accidentes de Tráfico (UVAT) de la Jefatura Provincial ya ha atendido en lo que va de año a 1.465 afectados. Este órgano, que la Dirección General de Tráfico (DGT) desplegó en 2012 en las 52 jefaturas provinciales, tiene la labor de informar, orientar y proteger los derechos de las víctimas.

«Hasta entonces no había ningún servicio público que cubriese esa necesidad», explica Susana González, responsable de la unidad. Los afectados por siniestros de tráfico y sus familiares se veían obligados a recurrir a organismos diferentes para hacer trámites de todo tipo: de carácter legal, sanitario, laboral… «Se encontraban con una falta de información y coordinación».

Las UVAT pretenden facilitar el camino a los perjudicados sirviéndoles de guía sobre cuáles son los servicios y los recursos que tienen en su mano. «No pretendemos asumir competencias de otras administraciones», remarca Virginia Jerez, jefa provincial de Tráfico.

El trabajo de este equipo se inició en 2012, de manera coordinada en todas las provincias. El primer paso, explica su responsable, fue elaborar un catálogo sobre todos los servicios con los que se puede contar en la comunidad: colegios profesionales, ayuntamientos, equipos de psicólogos, oficinas de Dependencia… «Contactamos con todos los centros para establecer una primera colaboración», remarca.

Hasta 2014, el teléfono de la unidad estaba disponible para aquellas víctimas que lo necesitaran, pero las cifras eran bastante humildes. A partir de ese año, sin embargo, la forma de trabajar dio un giro y se volvió más proactiva. «Recibimos los datos sobre los accidentes de trabajo ocurridos y llamamos a todas las víctimas para ofrecerles ayuda». De esta forma, la unidad pasó de atender a 183 víctimas en 2014 a 641 el pasado año y hasta 1.465 en lo que va de 2016.

El equipo, no obstante, solo accede a los datos de 33 de los 45 municipios, que son los que incorporan datos de accidentalidad al sistema de la DGT. Jerez remarca que esta cifra ha aumentado progresivamente en los últimos años y que espera que pronto se unan todos.

«Casi siempre piden ayuda relacionada con aspectos médicos y cuestiones legales», explica la responsable de la unidad. A las víctimas, además, se les hace un seguimiento más o menos largo en función del caso. La unidad también trata a algunas víctimas de accidentes anteriores a su propia creación. «Hay una mujer que perdió a su hijo y hablamos de vez en cuando con ella», subraya. «Hay temas que te marcan más».

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